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Ascensorista de Guardia


El hombre que susurraba a los ascensores

Así me lo había presentado un amigo común: «este es el hombre que susurraba a los ascensores». Aprovechaba yo que ambos teníamos que ir al mismo evento en Alicante para ofrecerme a recogerle del hotel y llevarle en el coche. No le conocía así que pedí que me lo describiera: no muy alto, más bien delgado, setenta años bien llevados, un nombre poco común… y muchos años de oficio.

El trayecto fue breve, apenas diez minutos, suficiente, para confirmar lo que ya me habían enseñado otros… que si en algo hemos avanzado fue porque colegas, como mi pasajero ocasional y tantos otros, han ido, por delante, despejando el hueco, poniendo guías, abriendo puertas, lubricando engranajes y dejando un trabajo bien hecho.

Son grandes maestros, capaces de poner en palabras y textos el conocimiento; profesionales que aportaron, con inteligencia y experiencia, solución a los problemas; gente, sin pelos en la lengua, que llaman al motor, «motor» y «chatarra» a la chatarra; personas, entrañables, queridas, con las cuales te apetece lo mismo compartir un viaje de ascensor que un almuerzo; ascensoristas de pies a cabeza que, en lugar de perderse en cualquier cuarto de máquinas, siguen en su jubilación merecida, entrañablemente cercanas, dispuestas a resolverte una duda, darte un tirón de orejas o transmitir a las nuevas generaciones, la pasión por un oficio.

A toda esta buena gente, a estos «susurradores de ascensores» hoy, mi reconocimiento y gratitud. Ellos realmente son (y otros queremos serlo) ascensoristas, ascensoristas de guardia, a su servicio.

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