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Ascensorista de Guardia


¿Por qué soy ascensorista?

Déjame que te cuente, ahora que me voy mostrando, por qué soy ascensorista. Me lo he preguntado en días buenos y en días malos. La respuesta no es simple, es más bien un sentir y un pensar múltiple, loco y lleno de sentido.

Si me remonto a los tiempos primeros te diría que soy ascensorista porque atravesar airoso un canal ajustado fue mi primer reto el día de mi nacimiento y, de algún modo, me gusta recordarlo. Se cruza también, de mi biografía, mi particular historia de noviazgo. Lo confieso, este fue el primer curro que encontré cuando llegué a Alicante, hace unos mil años, con algo de juventud, el amor de mi vida y la exigua cantidad de cincuenta mil pesetas para ir tirando hasta que encontrara trabajo… y trabajo nunca me ha faltado.

Más allá de lo que fui, sigo teniendo razones para todos los meses del año: porque el uniforme de trabajo me sienta mejor que las corbatas; porque quería aprender un oficio y aún no he terminado; porque siento gratitud hacia mi hermano y quienes le cuidaron; porque me apasiona tanto la vida que no me importa sufrir un poco de vez en cuando; porque creo que sirvo; porque no me interesa dedicar mi vida a ser el más rico del cementerio; porque no me asusta ni la grasa ni las escaleras; porque el misterio de una avería complicada me estimula más que las novelas policiacas; porque de artista, francamente, no me veo; porque tengo grandes maestros por delante, buenos compañeros y, ojalá, otros que puedan seguir los pasos; porque quiero tocar a la vez el cielo y la tierra; porque pensar con las manos y trabajar con la cabeza me serena y arraiga en el mundo; porque es precioso decir: “esto funciona y lo hicimos en equipo”; porque puedo poner la técnica a nuestro servicio; porque tú, o tu madre, o tu vecino, necesitáis de una pequeña ayuda para subir a vuestro piso…

Así que sí, tengo mis motivos, para haber sido y seguir siendo muchas cosas, entre ellas, y entrañablemente, ascensorista, ascensorista de guardia, a su servicio.

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