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Ascensorista de Guardia


Trabajar de oído

Los ascensores, para quien tiene el oído educado,
hacen algo más que ruido, casi música, mucho ritmo:

El motor, cuando no anda fino,
ronca, berrea o brama incapaz
(parece lo mismo pero no es igual);
los relés chascan,
los contactores tabletean y,
los que fallan,
ratean como metralletas.

Los amarres de las guías crujen,
la rozaderas sin aceite rugen,
las poleas chirrían,
los muelles rechinan,
el aceite gorgotea,
las bombas, bombean (ni laten, ni explotan, ni truenan).

Las zapatas zapatean,
las levas golpetean,
los chasis viejos traquetean,
las chapas sueltas castañetean,
los sensores apenas cliquean;

Los goznes graznan,
el pesacargas pita,
los ventiladores zumban,
el acuñamiento retumba,
los variadores gorjean,
la alarma ulula enconada,
aunque le dibujen una campana.

Los pasajeros susurran,
los escaladores resoplan
los desentrenados jadean,
los atrapados bufan,
los rescatados suspiran,
los ascensoristas se esmeran
para dirigir la orquesta
desde lo alto de la escalera.
Allí estoy yo,
con las orejas abiertas para averiguar qué puede ser
ese recurrente tiqui-tiqui cotidiano que el cliente me cuenta.

Hoy soy músico diletante, afinador de ascensores, ascensorista de oído, a su servicio.

Un gran premio

El último acto, previo al cocktail de cierre de la jornada era la entrega de un premio, un precioso galardón con su diploma de reconocimiento por la aportación al sector del ascensor.

Ser en plenitud

No doy por buena una chapuza, ni me conformo con la mediocridad; sin embargo, la perfección me parece estéril e inhóspita…

Solemnes promesas

Para iniciar de forma correcta el solemne acto invítese al equipo a generosa comida y bebidas espirituosas. Tras ello, y ya en distendida confraternidad, los y las ascensoristas, con la mano puesta en el pecho (propio), procederán a la renovación de sus promesas…