No el resorte, sino la mano en el arado.
(«Preferencias». Alfonso Comín 1960)
Esto es lo que yo, nosotros, profesamos como ascensoristas de guardia, nuestras propias preferencias, nuestra profesión:
No la dirección, sino el sentido.
No la horizontal, sino la elevación;
no el suelo, sino la altura.
No trepar, sino descender.
No hundir, sino levantar.
No cerrar, sino abrir;
no atrapar, sino rescatar.
No la mediocridad, sino el nivel.
No el renglón torcido, sino la guía recta;
no el desplome, sino el aplomo.
No el ahogo, sino la holgura;
no la angostura, sino la tolerancia precisa.
No el desbarajuste, sino el ajuste;
no el desenfreno, sino el control.
No la servidumbre, sino el servicio;
No la carga, sino el pasaje;
no el peso, sino el contrapeso.
No el pedestal, sino el foso
No la huida, sino el compromiso.
No soportar, sino dar soporte;
no aguantar, sino sostener.
No el saldo, sino el precio justo;
no la precariedad, sino las condiciones dignas.
No el riesgo, sino el cuidado.
No la alarma, sino la mirada atenta;
no la prisa, sino la fluidez.
No la fuerza bruta, sino la técnica adecuada;
no el atajo, sino el trayecto seguro.
No la soledad, sino el equipo.
No el cortocircuito, sino la conexión;
no el aislamiento, sino el vínculo.
No dejar colgado, sino echar un cable;
no el roce, sino el cariño.
No conformarse, sino progresar.
No el abandono, sino el mantenimiento;
no la avería, sino la solución.
No la ignorancia, sino la experiencia;
no la costumbre, sino la evaluación.
No el tiempo de espera, sino la esperanza;
no la revolución por minuto, sino la evolución sostenida.
No el final, sino el punto de partida.