Sé de esta historia apenas fragmentos sueltos. Escrita rápida y, mucho me temo, a medias inventada, trata de un hombre que se enamoró de una mujer. Hasta aquí todo está bien. Jamás entró en casa de sus suegros, ni para saludarlos ni para conocerlos. No porque fueran mala gente, ni por mal corazón, ni por desprecio. La razón era más básica, más práctica, más patética: ellos viven en una segunda planta y él transita en silla de ruedas. Hace unas semanas terminamos allí el montaje de un ascensor, el constructor que llevó la obra, un hombre riguroso, capaz y buenagente, me llamó al día siguiente: «Che, no te puedes imaginar la emoción de la mujer ayer por fin, tras años de cariño, su yerno podía subir a su casa… « En general me gusta mi trabajo… pero hay días que me enamora. En esos días, especialmente en esos días, soy ascensorista, feliz ascensorista de guardia, a su servicio.
Nuevos pasos
Escribo esta entrada en el quicio de un cambio laboral. Tras un proceso de transición reduzco a colaboraciones más bien puntuales mi vínculo profesional con la empresa en la que he trabajado en los últimos años