K1 y K2 ratéan, como locos entran y salen esos contactores, parpadea como posesa la luz de hueco, la placa electrónica es un quiero y no puedo y este ascensor, todavía en fase de montaje dice que así no avanza. No sé si es hipo o estertor, o la cachonda forma en que la maniobra se echa, a mi costa, una carcajada macabra. Así que, para evitar mayores males quito corriente para indagar la causa de este desasosiego. A falta de un esquema en condiciones no tengo más remedio que tirar de hilos en la canaleta… Uno de ellos, agazapado, me lleva al protector de fases que está haciendo algo raro. ¡Sí!, falla en una de sus entradas, la fase T está encogida en su borna sin hacer contacto. ¡Ay cabrona! vaya horita más tonta hasta que te he encontrado. Avería averiguada, ahora ya podemos dedicar la santa mañana a ir cerrando con cristales el hueco y ver si este montaje avanza. Soy ascensorista, ascensorista de guardia pasando el mes de agosto con ganas de quitarme las botas y ponerme chanclas.
Citius, altius, fortius
Citius, altius, fortius («más rápido, más alto, más fuerte»), fue, y es, un buen lema para simbolizar el espíritu olímpico. El sector de los ascensores, en un afán de superación constante y al calor del desarrollo tecnológico de la segunda mitad del siglo XX, pareció adoptarlo también como objetivo implícito en una loca carrera por llegar no se sabe muy bien dónde…