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Ascensorista de Guardia


…día del padre.

Mi padre se llamaba José y le gustaba la carpintería  (que nadie se confunda, yo ni hago milagros ni me llamo Jesús).  Y, aunque resulte obvio, me apetece contar que todos los ascensoristas somos hijos de alguien y, en ocasiones, padres. Y, a veces, hay días que sentimos ese punto de nostalgia por quienes ya no nos acompañan en el camino, y esa responsabilidad heredada por quienes ahora deben ser encaminados. Y, en ocasiones, hay jornadas, que esa ausencia hace mella, o que una mala noticia familiar de un compañero nos deja exhaustos. Y no nos queda otra que compartir la tristeza, acompañar estos viajes, darnos tiempo para respirar, ojalá llorar, sostener a quien podamos y seguir trabajando.

No siempre, pero a veces, pienso que cada vez que el ascensor me sube estoy más cerca de no sé qué cielo y, cuando baja, no me hunde,  sino que me recoge en lo profundo, y que vivir es estar suspendido en medio, y es bello, y cada viaje, es tan especial, tan único como cada padre y cada madre, como cada historia, como cada hijo.

No, no siempre es así, normalmente todo es más sencillo, casi siempre subir es subir y bajar  bajar, y lo que hay en medio es un simple trayecto. Pero hoy no, hoy es día del padre y tengo uno de esos días en los que las distancias se me hacen más largas, las pérdidas más tristes y las ganas de escribir más intensas. Hoy, además de ascensorista, soy hijo y padre de guardia.

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Un elefante en el ascensor…

Lo cierto, para qué vamos a engañarnos, es que tengo una de las mejores colecciones de errores profesionales que son ineludiblemente personales.