Fue en 1998, de eso estoy seguro, hacía frío, creo que lloviznaba, no podría jurarlo. La noticia nos la trajo la radio. «Fallece en Madrid la poetisa Gloria Fuertes…» a la edad de no-sé-cuantos-años.
Yo entonces era un aprendiz recién llegado junto a un oficial curtido. Temporada arriba, temporada abajo los dos éramos del tiempo de «un globo, dos globos, tres globos». Sentimos ambos, para sorpresa de ambos, la pérdida de esa voz ronca, afable y cariñosa del «cotorro de Cascorro», esta bendita mujer que según contaba, nació a muy temprana edad, dejó de ser analfabeta a los tres años, virgen, a los dieciocho y mártir, a los cincuenta, que se consagró, desde nuestra infancia y, ya, para siempre, como poeta de guardia.
Estábamos montando las guías entre el segundo y el tercero y allí, en la pared del hueco, saqué el lápiz grueso y, con la venia del maestro oficial, en lugar de las cuentas del replanteo, la marca de nivel de planta o cualquier dibujo obsceno, escribí, con sentido dolor, y sentido del humor (y la venia de la Maestra) los versos apócrifos que Martes y Trece le quiso atribuir
«El perro ladra
el gato maúlla
la araña escala como una capulla»
Han pasado años, pero quiero pensar, que todavía, este pequeño homenaje, debe estar impreso en esa pared (que la propiedad me perdone… haya, aquí paz, y allá Gloria)
Soy ascensorista,
ascensorista de guardia.