Ordenar:
Encaminar y dirigir algo a un fin.
Diccionario de la Real Academia Española
Algún día, quizás cuando me jubile, escribiré un apasionante ensayo sobre la filosofía política del ascensor. Por el momento, como, la vida achucha y dudo que haya lectores para ese tocho, me tomo la licencia de escribir alguna idea que me ronda la cabeza y necesito formular de algún modo.
La segunda acepción de la RAE para el verbo ordenar es menos usada que las otras. Se emplea en frases como «ordenó su actuación a mejorar las relaciones laborales» o «toda la empresa está ordenada hacia la obtención del máximo beneficio». Ordenar, sería en estos contextos sinónima de orientar. Así pues una actividad desordenada no solo puede entenderse como una acción desorganizada, sino también, como una actividad mal orientada, sin objetivos claros o que se aleja del fin propuesto.
Para tener un ascensor bien ordenado, no bastaría pues con que cada uno de sus elementos estuviera en su sitio. Haría falta también que exista una finalidad y que el aparato permitiera avanzar en esa dirección.
El final de carrera de un ascensor es algo muy concreto, pero, ¿cuál es el fin de un ascensor? o, formulado de otro modo ¿Para qué un ascensor? Esta pregunta no es técnica, sino social y filosófica. Para responderla cabalmente es necesario pensarla en plural ¿cuáles son las finalidades de un ascensor? y, además, no formularla metafísicamente sino contextualizada en un entramado social ¿cuáles son los fines que persiguen las personas vinculadas a un aparato concreto?
Descubrimos entonces que los «para qué» de cada ascensor se multiplican y dan cuenta de la diversidad de necesidades y la complejidad de la red social que se mueve en su entorno: empresas y profesionales del diseño, fabricación, certificación, instalación, conservación, comercialización e inspección de ascensores, empresas constructoras, propietarias y propietarios, vecindario, personas usuarias… cada cual proyectando una o múltiples finalidades sobre cada ascensor: «para obtener beneficios», «para distinguirnos de la competencia», «para conseguir un salario», «para obtener reconocimiento», «para desarrollarme profesionalmente», «para cubrir una necesidad práctica», «para facilitar la autonomía de personas con movilidad reducida», «para poder subir la compra», «para permitir el desarrollo urbano», «para llegar a casa sin cansarme», «para subrayar el estatus social del edificio», «para cumplir la normativa sobre accesibilidad», «para revalorizar el inmueble», «por si acaso en el futuro hace falta..»
Desde este punto de vista «ordenar» un ascensor es bastante más complejo que conseguir que suba y baje. Es todo un ejercicio social para que estas múltiples, necesidades, no se presenten como excluyentes y en competencia. Es necesario, para no perderse, que todos estos fines se vayan alineando de manera que no se consiga ninguna de ellos a costa de las otros sino todos simultáneamente. No es fácil. Como en los ascensores es necesario poner límites y medidas de seguridad para que todo el complejo sistema avance sin estrellarse.
Aquí, aunque no lo parezca, es cuando entra la política. Es imprescindible la acción política (entendida como una gestión participativa del poder y la convivencia y no las tontas batallitas entre partidos a las que estamos acostumbrados). Es política, sana política, la legislación sobre la seguridad industrial, los derechos y obligaciones laborales y empresariales, las garantías sobre los bienes de consumo, las normas de accesibilidad. Toda esa acción legislativa, ejecutiva y judicial, todo este ejercicio de poder debería estar al servicio de esta conciliación de objetivos. Esa sería una política bien ordenada y no el absurdo guirigay de señores y señoras concursando por una nominación.
Esta actividad genuinamente política, aunque es fundamental, no basta. Esa acción que es social y pública debe encontrarse también con un compromiso personal y privado: un cotidiano ejercicio de lucidez, generosidad y responsabilidad para ordenar nuestra acción hacia el bien común. Trabajar cada cual, en el ámbito que le compete, luchando por sus intereses pero desde la atención para que el resto también pueda conseguirlos.
Sí, efectivamente, resulta evidente que es más fácil encontrar un ascensor con todas las piezas en su sitio que un ascensor bien ordenado. Pero no voy a renunciar a ello, ni puedo entender mi participación en los ascensores de otro modo.
Este es mi compromiso personal, social y político, como ascensorista que soy, ascensorista de guardia, a su servicio.